Historias desde Calcena
Tanto oír hablar de la Calcenada, tanta insistencia de mi amigo César sobre la belleza de esta prueba, que por fin me he decidido a vivir la experiencia. En su versión reducida, eso sí. Porque 60 kilómetros con bici de montaña y 2.000 metros de desnivel positivo ya me parecen una paliza considerable. Otra cosa es que haya gente capaz de cubrir los 104 de la versión larga y regresar a Calcena tras dar la vuelta entera al Moncayo como el que viene de comprar el pan.
Algunos de esos ‘máquinas’ han llegado a meta antes que unos cuantos de la carrera corta, entre los que me incluyo. Un término, corta, que me subleva escuchar. Porque corta es una prueba de 15 o 20 kilómetros, pero 60, en BTT, con cuestas y más cuestas, no merecen esa calificación ni por efecto comparativo. Etapa “inferior en distancia” o “menos larga” resulta mucho más adecuado.
Aun durmiendo en Tarazona y empezando la prueba a las 8.00 nos hemos tenido que levantar a las cuatro y media de la mañana. Mi hermana María, su pareja Santi -con el que he compartido todo el recorrido- y un servidor. Los 15 kilómetros que separan Beratón de Calcena son para hacerlos a 20 por hora y rezar para no encontrarte un coche de frente.
No he ido bien preparado. No tenía una gran motivación. Ni tampoco un estado de forma que me hiciera confiar en mis fuerzas. Se me ha revuelto el desayuno con tanta curva, la he terminado de cagar con el huevo de un pincho de tortilla y quince minutos antes de la salida estaba vomitando entre coches como un adolescente al que se le ha complicado la noche.
Esa especie de desidia me ha hecho olvidar la cámara de repuesto en el coche, salir sin bomba, ni agua (ya llenaré el bidón en el primer avituallamiento, he pensado) ni guantes que protejan mis muñecas ni una miserable barrita… por no llevar no llevaba ni pintas de corredor: un tritraje de mi club (Stadium Casablanca) por aquello de la badana y encima un maillot que me han dejado. El resultado, una combinación chirriante. Cuando estás desganado restas importancia a muchas cosas que en otros momentos te parecen capitales.
Calculaba hacer cuatro horitas más las paradas a una media de 15 por hora. Rollo ‘verano azul’, soy consciente. Y me he quedado corto porque la prueba no es ninguna tontería. Ni siquiera la “inferior en distancia”. En los primeros 25 kilómetros solo percibes que subes y cuando te aproximas al 50 viene una cuesta que le llaman la Tonda que es como ir en busca del horizonte.
La fiesta post meta te cura todos los males. Bañito en piscina exterior (algún triatleta no ha perdonado los metros del día) con agua del deshielo, cervecita va cervecita viene, tapitas, ensalada, una generosa ración de paella hecha por especialistas del oficio… todo mientras hablas de cronos y porcentajes, anticipando tus cálculos para la próxima edición.
Javier Gil (PASIONPORELTRI)